
BUSTO DEL GRAN CAPITAN
D. Gonzalo Fernández de Córdoba
Lugar y fecha de nacimiento: Montilla (Córdoba) 1 de septiembre de 1453.
Lugar y fecha de fallecimiento: Granada 2 de diciembre de 1515.
Lugar de enterramiento: Real Monasterio de San Jerónimo en Granada *
D. Gonzalo Fernández de Córdoba, nació en Montilla (Córdoba) el 1 de septiembre de 1453.
Cuando muere su padre, le envían a Córdoba, bajo la tutela de Diego de Cárcamo, un pariente lejano de la familia. Sobre Diego Cárcamo en el libro «Historia del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba y de las guerras que hizo en Italia (Autor desconocido 1501)», dice: » era un caballero de aquella ciudad de Córdoba, hombre de noble sangre y muy virtuoso en las costumbres…»
En aquella época, Castilla se hallaba dividida en dos bandos, los que seguían al rey legítimo, Enrique IV, y los que seguían al pretendiente al trono, su hermano paterno, don Alfonso.
Siendo todavía un niño, Gonzalo se trasladó a Ávila para servir como paje al infante don Alfonso, y como tal le acompañó en sus campañas bélicas en la Guerra de Sucesión Castellana 1475 – 1479, que surgió tras la muerte de Enrique IV (enfrentó a los partidarios de la hermanastra de Enrique IV, Isabel I, más conocida como Isabel la Católica y los partidarios de la hija de Enrique IV, Juana de Castilla, mas conocida como Juana la Beltraneja).
Gonzalo participó por primera vez en la batalla de Albuera (cerca de Badajoz) en 1479 en apoyo de Isabel, combatiendo a las huestes del rey de Portugal comandadas por el Obispo de Evora, las cuales habían invadido Extremadura en apoyo de Juana de Castilla. En aquella ocasión estuvo al mando de una compañía de 120 jinetes. Los Reyes Católicos escribieron a su hermano Alonso Fernández, para darle las gracias por lo que había hecho D. Gonzalo en la batalla.
En 1482 durante la Guerra de Granada, con la que se pretendía echar a Boabdil del último reino nazarí que quedaba en España, Gonzalo comenzó a demostrar sus gran ingenio militar.
La guerra se produjo por la firme decisión de los Reyes Católicos que querían acabar de una vez por todas con el enclave musulmán de Granada, el único territorio que quedaba para completar la unidad cristiana peninsular.
Gonzalo tomó parte en esta contienda al mando de una unidad de «lanzas» (caballería pesada con una gruesa armadura) de la casa de Aguilar, de la que su hermano era señor. Fue una guerra larga, que duró casi diez años, y se libró a base de incursiones, asedios, golpes de mano y escaramuzas persistentes, sin grandes batallas campales. Por primera vez se usaron armas de fuego, como la artillería muy importantes para derribar las fortificaciones de las plazas del reino Nazarí y el arcabuz (arma de fuego antigua, parecida a un fusil, es el antecesor del mosquete) utilizado por el propio Gonzalo Fernandez. La unión del arcabuz y las lanzas de los piqueros, en manos de las unidades de infantería, serían la base de los Tercios Españoles.
El Gran Capitán tuvo un papel muy destacado a lo largo de toda la campaña, en especial en los ataques a Álora, Íllora, la fortaleza de Setenil, Loja y el asalto a Tájara y al castillo de Montefrío, cercano a Granada.
Empezó a practicar sus innovaciones tácticas, que superaban la guerra medieval de choque entre líneas de caballería por la mayor maniobrabilidad de una infantería mercenaria encuadrada en unidades sólidas. Su habilidad para aprovechar todos los recursos, adaptando la táctica a las condiciones del momento (empleando, por ejemplo, espías para disponer de la ventaja de la información, o practicando una lucha de guerrillas en alguna de sus campañas), explica los éxitos de su carrera, que le convirtieron desde joven en el más destacado jefe militar de la monarquía castellano-aragonesa. Algunos cronistas como Hernán Pérez afirman que, durante esta guerra «Gonzalo era siempre el primero en atacar y el último en retirarse».
Por sus proezas y éxitos militares, pero también por su buena relación con Boabdil el Chico, Fernando el Católico ordenó que fuera él quien estableciera con el rey nazarí las negociaciones y los términos del tratado de rendición que finalizarían con la conquista de Granada el 2 de enero de 1492.
Los servicios que prestó durante aquella campaña fueron premiados con la encomienda de la Orden de Santiago, además de otras rentas y señoríos.

BATALLA DE MONTEFRIO
CAMPAÑA DE ITALIA
PRIMERA GUERRA DE ITALIA
En 1494, fallece el rey de Napoles Fernando I, sucediéndole en el trono su hijo Alfonso II
A principios de 1495, Gonzalo Fernández de Córdoba se embarcó hacia otra gran campaña esta vez en Nápoles. Acudió en ayuda del rey de Nápoles, Alfonso II, y en defensa de los intereses de Fernando el Católico, su misión era clara: detener el avance de los franceses, deseosos de expandirse militarmente con la toma de algunos territorios.
La primera campaña italiana se inició cuando el rey francés Carlos VIII invadió el reino de Nápoles con un gran ejército. El Gran Capitán desembarcó en Messina (en la isla de Sicilia) con un ejército que debía operar junto a las tropas de Milán, Roma, Venecia y Austria, coaligadas en la llamada Liga Santa. El rey de Nápoles, había desembarcado en las costas de Calabria (sur de Italia) y se unió a Gonzalo Fernández de Córdoba para ocupar la ciudad de Reggio.
La campaña de ambos continuó con éxito hasta que en junio de 1495, en la batalla de Seminara, las fuerzas aliadas fueron derrotadas. Sin embargo, Gonzalo Fernández de Córdoba levantó la alicaída moral de sus hombres y reanudó la campaña, apoderándose de las dos Calabrias.
La zona norte quedó, no obstante, en manos de los franceses, quienes ofrecieron una tenaz resistencia. A la muerte de Alfonso II en 1495, le sucedería Federico I, quien en julio de 1496 solicitó la ayuda del capitán español para atacar a los franceses.
Gonzalo Fernández de Córdoba utilizando las tácticas aprendidas en la Guerra de Granada, limpió Calabria de enemigos, conquistó la provincia de Basilicata y tras derrotar a los franceses en Atella entró triunfante en Nápoles en 1496. Derrotado por Gonzalo Fernández de Córdoba, el general francés se vio obligado a retirarse. Fue tras el asalto a esta ciudad cuando se empezó a conocer a Gonzalo como «Gran Capitán». Tras tomar el lugar, volvió a España como un héroe.
En lo sucesivo, el militar español recibiría el sobrenombre de «Gran Capitán» con el que pasaría a la historia. Sus grandes dotes militares hicieron que el papa Alejandro VI le llamase para que liberara los Estados Vaticanos del acoso del corsario Menaldo Guerri, quien desde su base de la ciudad de Ostia, en la que ostentaba el puesto de gobernador, impedía el abastecimiento de Roma. Fernández de Córdoba llevó a cabo con brillante éxito la misión: tomó Ostia e hizo prisionero al corsario. Posteriormente, en Nápoles sería aclamado por el pueblo, mientras Federico I le otorgaba los ducados de Terranova y Sant’Angelo, junto con todas sus tierras, ciudades, villas y fortalezas.
SEGUNDA CONTIENDA EN NAPOLES
En 1500 Muerto Carlos VIII y disuelta la Liga Santa, «El Gran Capitán» regresó a Italia tras pasar una temporada en Granada y ocupó los territorios de Apulia y Calabria, que les habían correspondido a los Reyes Católicos en virtud del Tratado de Granada. Según este tratado, se había acordado, con Luis XII de Francia, el reparto del reino napolitano y el derrocamiento de Federico I. Los franceses ocupan la mitad norte y el sur queda en poder de las tropas españolas que manda el Gran Capitán.
El Gran Capitán desembarcó en Tropea y se hizo fuerte en las dos Calabrias y Narento, haciendo prisionero al heredero del trono, príncipe de Calabria, que fue enviado a España. La frágil paz entre españoles y franceses duró poco. Pronto se iniciaron las discrepancias entre españoles y franceses por cuestiones fronterizas, lo que provocó que en 1502 se reiniciara la guerra.
El «Gran Capitán» no lo dudó y se dispuso a enfrentarse a los enemigos de España.
Una de las primeras batallas de esta segunda Guerra de Napoles, fue la de Ceriñola (Cerignola) en 1503, en la que «El Gran Capitán» tendría que hacer uso de toda su experiencia militar para lograr salir victorioso.
Posteriormente con la batalla de Garellano, donde fueron derrotados los franceses, todo el reino de Nápoles quedó en manos españolas.
LA BATALLA QUE REVOLUCIONO LA HISTORIA, LA BATALLA DE CERIÑOLA 1503
La batalla de Ceriñola en 1503, fue la que sin duda cambió la historia, y es que, si hasta ese momento la fuerza de los ejércitos se medía en base a la cantidad de caballería pesada de la que disponía, tras esta lid la mentalidad militar evolucionó y comenzó a primar la infantería.
«El Gran Capitán» demostró antes de la batalla su mentalidad innovadora y revolucionaria. Con el fin de llegar a la ciudad Ceriñola y poder preparar las defensas concienzudamente antes del ataque de los franceses, Gonzalo forzó a sus caballeros a hacer algo nunca antes se había hecho y suponía una afrenta a su honor.
«El Gran Capitán» obligó a los caballeros de su ejército a llevar a la infantería en la grupa de sus monturas en la marcha hacia Ceriñola, por terreno arenoso y próximo a la costa, lo que hacía muy fatigosa la marcha. Eso logró mejorar la movilidad y la moral de la tropa, permitiéndole ganar tiempo en preparar sus defensas, cavando fosos y realizando una pared de tierra alrededor de Ceriñola, fue una muestra más de su ingenio táctico.
Además, el «Gran Capitán» pudo establecer una estrategia que más tarde sería reconocida como un preludio de la guerra moderna.
Los franceses no se hicieron esperar y, a los pocos días, su comandante, Luis de Armagnac, dejó ver a sus tropas. «Por el lado francés, aunque varió según avanzaba la guerra, se contaban unos 1.000 hombres de armas (caballeros con armadura), 2.000 jinetes ligeros, 6.000 infantes, 2.000 piqueros suizos y 26 cañones». Por el contrario, Gonzalo tenía a sus órdenes un ejército formado principalmente por infantería: «Del lado español había solo 600 hombres de armas, 5.000 infantes y 18 cañones, más un refuerzo de 2.000 mercenarios alemanes», señala Laínez.
En esta batalla las fuerzas estaban bastante equilibradas en cuanto a números, pero los franceses tenían mucha superioridad en caballería pesada y su artillería doblaba a la española. Por el contrario, los españoles contaban con un mayor número de arcabuceros, «una fuerza que se revelaría decisiva», explica el escritor.
Para detener la fuerza arrolladora de la caballería francesa se planteó una estrategia novedosa: situar las tropas de disparo delante de las defensas. El Gran Capitán colocó en primera línea a los arcabuceros y espingarderos (hombres armados con una escopeta de chispa muy larga), detrás a la infantería alemana y española, y más retrasada a la caballería. Él se situó en el centro del dispositivo y revisó con detalle el despliegue de toda la tropa.
Todo quedó preparado para un duro combate, pero antes de desenvainar una espada, «El Gran Capitán» volvió a demostrar su arrojo. Gonzalo Fernández de Córdoba, nuestro Gran Capitán, se quitó el casco en los momentos previos a la batalla y, cuando uno de sus capitanes le preguntó la causa, él contestó: «Los que mandan el ejército en un día como hoy, no debe ocultar el rostro».

RECREACION DE LA BATALLA DE CERIÑOLA 1503
La batalla se inició con la caballería francesa cargando orgullosa contra las tropas españolas. Hasta ese momento, una de las cosas más terribles que podía ver un enemigo de Francia, era a los majestuosos jinetes en marcha con las armas en ristre. Sin embargo, fueron recibidos con una salva de fuego de nuestros arcabuceros, que tan ingeniosamente habían sido colocados por Gonzalo, que hizo caer a un gran número de soldados.
«Cuando se inició el fuego, las balas de los arcabuceros españoles hicieron estragos en la caballería pesada francesa, impedida de avanzar ante el foso erizado de estacas y pinchos», explica el autor. Al no poder avanzar, los jinetes, desesperados, trataron de encontrar al galope alguna fisura en las defensas del Gran Capitán, pero su intentó fue en vano y costó la vida a Luis de Armagnac (Duque de Nemours), alcanzado por varios disparos.
Tras la derrota de la caballería pesada, la infantería francesa se dispuso a avanzar, pero sufrió grandes bajas debido al fuego español. Además, justo antes de que los soldados alcanzaran la primera línea de arcabuceros y acabaran con ellos, «El Gran Capitán» ordenó retirarse a estas tropas de disparo para evitar bajas.
Después de esta estratagema, «El Gran Capitán» cargó con todos sus infantes contra las diezmadas tropas del fallecido Armagnac que, ahora, no tenían objetivos contra los que luchar al haberse retirado los arcabuceros españoles.
Ni siquiera la caballería ligera francesa pudo ayudar a sus compañeros, pues fueron arrollados por los jinetes españoles.
«La batalla apenas duró una hora y fue una victoria total. Sin apenas dificultad, las unidades de Gonzalo dieron buena cuenta de los restos del ejército francés.Además, quedó como un ejemplo de arte táctico, y de la importancia de la fortificación y elección del terreno para el buen resultado de cualquier combate», destaca Laínez.
Otro escritor, Juan Granados, autor de la novela histórica «El Gran Capitán» (Ed. Edhasa) explica que «esencialmente demostró que en adelante las batallas se ganarían con la infantería. Utilizando para ello compañías formadas por soldados distribuidos en tercios, es decir, en tres partes: arcabuceros, rodeleros —soldados con armadura muy ligera armados de espada y rodela, el típico escudo circular de origen musulmán— y piqueros, generalmente lasquenetes alemanes, enemigos acérrimos de los cuadros mercenarios suizos que solía emplear Francia. Se adelantó a Napoleón, huyendo de la guerra frontal y utilizando las tácticas envolventes y las marchas forzadas de infantería».

EL GRAN CAPITAN EN LA BATALLA DE CERIÑOLA FRENTE AL CUERPO SIN VIDA DEL FRANCES LUIS DE ARMAGNAC
BATALLA DEL GARELLANO
A finales de 1503 españoles y franceses volverían a medir sus fuerzas, esta vez en el río Garellano -que por cierto da nombre a uno de los regimientos del Ejército con más solera y cuya sede se encuentra en Vizcaya-
Lo que se ha dado en denominar “batalla del Garellano” fue en realidad la larga y pesada campaña del otoño-invierno de 1503.
El renovado ejército francés, dirigido por Giovanni Francesco Gonzaga, marqués de Mantua, con más de cinco mil suizos y un tren de artillería como nunca antes se viera, se había desplegado sobre aquel fondo de fortalezas duramente defendidas por las tropas españolas.
Giovanni no era un desconocido para «El Gran Capitán». Años antes, se había enfrentado a Carlos VIII en la llanura de Fornovo, pero ahora lo tenía al frente de un ejército moderno, bien pertrechado y convencido de su superioridad.
Más adelante aún, y siendo ya evidente que nunca lograrían la victoria, los cronistas franceses insistieron en el hermosísimo despliegue táctico del marqués de Mantua.
Gonzalo Fernández de Córdoba había llegado muy cansado al Garellano, sabiendo que tendría que aguantar un crudo otoño de aquella zona frío y lluvioso, que en muchos casos se hacía inaguantable.
Inquietos por su actitud defensiva o por sus respuestas demasiado prudentes (en contadas ocasiones se atrevía a cruzar el río hacia la zona francesa), sus colaboradores más próximos, incluido Próspero Colonna, que mandaba la caballería ligera, hicieron el esfuerzo por seguirle en sus constantes movimientos desde Roccasecca, Montecassino y Aquino hasta Sessa.
Mientras Gonzaga se fortificaba en Pontecorvo, Roca Guillerma y Castelforte; y todo ello, a través de infranqueables barrizales, poniendo a prueba el valor y la disciplina de unos hombres ateridos por el frío y la humedad.
En la noche del 27 de diciembre las tropas del Gran Capitán cruzan el río Garellano, con una estrategia diseñada por Gonzalo Fernández de Córdoba. Envía a Bartolomeo de Alviano, al norte y a Suio, mientras que a Fernando de Andrade, lo manda al sur directamente a Traietto y por último el grueso del ejército atravesará el río junto a él.
Se ha discutido mucho sobre si el marqués de Saluzzo, fue consciente de la estrategia ideada por Gonzalo Fernández de Córdoba, dándose cuenta que el ataque de Alviano era simplemente una estratagema. De haber sido así las cosas habrían sido diferentes.
El nerviosismo de su gente embarcando a toda prisa los cañones para la defensa de Gaeta (muchos fueron a parar al fondo del río y los demás a manos de los españoles), mostraba que el ataque les había cogido por sorpresa.
Aun así, el ejercito de nuestro «Gran Capitán» pasó un momento de verdadero peligro cuando Próspero Colonna fue rechazado y él tuvo que dirigir personalmente a los lansquenetes bávaros, en ayuda de Próspero Colonna, hasta que llegó Bartolomeo de Alviano con la infantería desplegada.
El éxito fue total y unos días después se rendía Gaeta, poniendo fin a la presencia francesa en el Reino de Nápoles.
Eso es lo que ocurrió en el Garellano, que no fue una batalla en el sentido clásico de la palabra, aunque en su ejecución se vean muchos rasgos de lo que fueron las batallas de las guerras modernas.
Gonzalo Fernández de Córdoba se fue un adelantado a su tiempo y con estas grandes estrategias logró vencer en aquellas largas jornadas.
El sur de Italia quedó durante más de dos siglos en poder de España.
«El Gran Capitán», triunfador absoluto de estas guerras, hizo reconocer a Fernando el Católico como rey de Sicilia y gobernó en su nombre. Desempeñó funciones de virrey en Nápoles, donde fue querido y respetado, pero pronto las envidias cortesanas empezaron a actuar en su contra.

ESTATUA DEL GENERAL GONZALO FERNANDEZ DE CORDOBA EN LA PLAZA DE LAS TENDILLAS (CORDOBA)
ALEJAMIENTO DE LA CORTE Y MUERTE
Tras la muerte de Isabel la Católica en 1504, se produce un alejamiento, en la relación, del rey Fernando y don Gonzalo, que provocó finalmente la retirada de Gonzalo Fernández de Córdoba del gobierno del reino napolitano.
Fernando el Católico era suspicaz y desconfiaba mucho de su éxito.
El mismo rey de Francia, a quien había derrotado, le había ofrecido el generalato de su ejército.
Por otra parte, sí es cierto que Gonzalo era descuidado en sus informes que enviaba a su rey, tardaba en escribirle, pero le era leal y nunca había pensado en suplantarle.
El escritor Juan Granados sentencia: «Tal era la popularidad de Gonzalo de Córdoba entre sus hombres, que llegaron a desear proclamarle rey de Nápoles».
Según el escritor Martínez Laínez, Gonzalo nunca deseó ser rey de Nápoles, se hubiese conformado con ser comendador de su querida orden de Santiago.
Su enfrentamiento con Fernando el Católico alcanzó un punto culminante a raíz del Tratado de Blois (1505), por el que el rey devolvió a la Corona francesa las tierras napolitanas que Gonzalo había expropiado a los príncipes de la Casa de Anjou y había repartido entre sus oficiales.
En 1507 Fernando viajó a Nápoles para tomar posesión de su nuevo reino. El monarca pidió entonces al «Gran Capitán» un registro de gastos para asegurarse de que no había malgastado fondos reales. Fernando el Católico le reclamó claridad en las cuentas de sus gastos militares en Nápoles, algo que Fernández de Córdoba consideró humillante.
Como respuesta a lo que Gonzalo consideraba una gran ofensa personal, el entonces virrey dirigió a la monarquía un memorial conocido como las «Cuentas del Gran Capitán».
Desde entonces, la expresión «las cuentas del Gran Capitán» y la respuesta dada por el general se utilizan para ridiculizar una relación poco pormenorizada o para negar una explicación pedida por algo a la que no se tiene derecho.
La respuesta altiva achacada al Gran Capitán, en cualquier caso, nunca se ha podido demostrar y corresponde a la típica del soldado español de la época: fiel pero orgulloso, desapegado de lo material, valiente hasta la temeridad, violento y desafiante.
El monarca decidió alejar a Gonzalo de Nápoles.
A partir de entonces «El Gran Capitán» tuvo que adaptarse a una vida más sedentaria en sus posesiones de España.
En el verano de 1515, la salud del Gran Capitán se agrava muy seriamente. Las fiebres cuartanas, que contrajo en la ribera del Garellano poco antes de la batalla de mismo nombre, fueron consumiendo su salud poco a poco. Su estado anímico tampoco ayudaba en su recuperación.
Ya no pudo volver a montar a caballo y apenas podía caminar sin ayuda.
El 2 de diciembre de 1515, el cordobés falleció en su casa de Granada rodeado de su círculo familiar y de sus deudos.
Fue enterrado en el Real Monasterio de San Jerónimo de España*. El viejo Rey Fernando el Católico, murió un mes después. Ambos fueron enterrados en la ciudad de Granada, donde antaño, hicieron posible la unificación de los territorios cristianos.
Como legado, «El Gran Capitán» nos dejó una gran reforma militar que duraría siglos.

LAPIDA DE LA TUMBA DE GONZALO FERNANDEZ

DOCUMENTO DE TRASLADO DEL CADAVER DEL GRAN CAPITAN
LA REFORMA MILITAR
La herencia que nos dejó «El Gran Capitán» revolucionó la forma de combatir a nivel mundial hasta la llegada de las armas de destrucción masiva.
«El Gran Capitán», además de ser un extraordinario soldado, leal y valeroso, también se le conoce por su gran capacidad de innovación y organización, competencias facilitadoras de su reforma del ejército español.
Creó el código de honor del soldado, basado en la austeridad, el estoicismo, el amor a la patria y el fervor religioso. Hizo de la infantería española una máquina respetada y temida en todos campos de batalla durante una larga época.
Sus conocimientos los adquirió en la guerra de guerrillas que supuso la reconquista de Granada. Sus operaciones se basaban en la maniobra rápida, es decir, la combinación del fuego y el movimiento rápido de la tropa.
Configuró la infantería para lograr mayor contundencia y sorpresa. Incrementando la proporción de arcabuceros impulsó el despliegue rápido en profundidad, pero manteniendo un escalón en reserva para utilizarlo donde pudiera ser necesario.
Otra de sus aportaciones innovadoras fue armar a parte de la infantería con espadas cortas, rodelas y jabalinas. De esta manera podían introducirse entre las formaciones compactas enemigas, causando en ellas terribles destrozos.
El Gran Capitán organizó la tropa en compañías, unidad que sería fundamental en la organización de la futura creación de los tercios, y al mando de cada compañía iba un capitán.
Los infantes eran expertos en el manejo de las armas de fuego y en el combate de a pie. Además de pelear, tenían la capacidad de hacer trabajos de fortificación y ponerse a punto con marchas y ejercicios constantes.
ADENDA
Entre los estrategas militares más prestigiosos la historia mundial, los historiadores evocan a Sun Tzu, Julio César, Napoleón, Nelson, Rommel, Patton o Schawrzkopf, pero omiten a nuestro Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, que revolucionó para siempre el “arte de la guerra”
Visionario en su época, cambió la forma de afrontar las batallas, cambiando de la pesadez medieval (la caballería pesada) a la agilidad moderna (La infantería). Sus grandes proezas aún retumban en los manuales de historia militar de Europa.
A él, se le atribuye el mérito de haber creado el primer ejército profesional español, en el S XV.
* Aclaración sobre la tumba de Gonzalo Fernández de Córdoba, fue enterrado en el Monasterio de San Jerónimo de Granada, pero recientes estudios, indican que los restos que se hayan en dicho lugar, pueden no ser de Gonzalo Fernández de Córdoba. Hay alguna teoría que indica que tras el paso de los franceses por España, durante la Guerra de la Independencia, su tumba fue saqueada.